Trazo Freudiano: Clínica de la diferencia en tiempos de perversión generalizada
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jueves, 28 de octubre de 2010

Clínica de la diferencia en tiempos de perversión generalizada







De José Milmaniene. Editorial Biblos. 2010
Por Martín Uranga

El nuevo libro de José Milmaniene nos convoca a reflexionar y a tomar posición acerca del malestar subjetivo de nuestros tiempos signado por la perversión generalizada que emerge como efecto de la disolución de las categorías diferenciales. Luego de la fecunda trilogía en la cual abordó la dimensión temporal, tópica y ética del sujeto, el autor nos sumerge, a través de la variada y polisémica intertextualidad a la cual nos tiene acostumbrados, en la problemática central que la contemporaneidad revela como amenaza cierta para las bases constitutivas de la existencia: el colapso de la diferencia. Así, Clínica de la diferencia en tiempos de perversión generalizadaresulta un testimonio elocuente de las vivencias devastadoras que padece el sujeto de nuestra época, como consecuencia de la degradación y destitución de la Ley del Padre y del auge de los goces anómicos y parasitarios gobernados por la pulsión de muerte desanudada del Eros. Si, tal cual el autor nos recordaba en La ética del sujeto, el sujeto se constituye como tal a partir de la asunción ética del compromiso con la preservación de la diferencia irreductible que el Otro evoca, ahora nos dirá, siguiendo los estrictos lineamientos freudianos, que el estatuto de esa diferencia es sexual. De esta manera, el no reconocimiento de la diferencia sexual, signada por la diferencia sexual anatómica, se erige en el articulador por excelencia de las “nuevas formas del síntoma” que aparecen descriptas y trabajadas en el texto. Milmaniene nos convoca, para pensar la subjetividad posmoderna, a revalidar una y otra vez el hallazgo freudiano referido a la condición sexuada del sujeto que aloja como punto traumático esencial la metaforización nunca acabada de la diferencia entre los sexos. Si la diferencia sexual es constitutiva es porque el sujeto adviene como sexuado, y es aquí donde la impronta levinasiana vigorosamente desarrollada en La ética del sujeto, se entrama de manera activa y fructífera con los aportes psicoanalíticos de Massimo Recalcatti que el autor realza en Clínica de la diferencia…. Ética y sexualidad se entraman de manera indisociable, siendo que el reconocimiento de la diferencia inasible del Otro dependerá de la posibilidad de subjetivar la diferencia sexual en el orden simbólico a partir de la consideración de lo real ineliminable de la condición anatómica. Es así como el texto resignifica la dimensión ética a partir de la mirada psicoanalítica. Los ecos de la firme explicitación acerca de la dimensión central de la ética que el autor nos legara en La ética del sujeto, no dejan de resonar en las consideraciones vertidas en su nuevo trabajo. Porque Milmaniene nos presenta la variedad polimorfa de los síntomas epocales, y en todos ellos se advierte la claudicación ética producto de la defección de la Ley simbólica instituyente. De esta manera, nos presenta los fenómenos de las “tribus urbanas”, el “apetito de muerte”, los variados trastornos alimentarios, las adicciones, en un entramado narrativo que nos sitúa la “perversión generalizada” como característica esencial de un tiempo en que “la suspensión de los ideales simbólicos, y la concomitante desintegración de la autoridad, ha derivado en su reemplazo por ideales imaginarios, signados por figuras superyoicas que gobiernan la vida y no permiten no gozar.” 

Es justamente a partir de la consideración de nuestra época bajo el signo de la perversión generalizada y del empuje al goce, que el autor recrea las posiciones transclínicas que había conceptualizado en El lugar del sujeto. Allí, nos hablaba de las posiciones narcisista, paranoide, depresiva, melancólica, fetichística, hipocondríaca, adictiva y sublimatoria, como expresiones transclínicas de la subjetividad. Ahora, a partir de la advertencia del lugar central y decisivo que ocupan la defección del lugar del Padre y el ataque pulsional a su Nombre en la constitución subjetiva posmoderna, es que necesita extremar las posiciones al punto de polarizar las manifestaciones transclínicas en dos modalidades: “las patologías tributarias de la falta en tanto vacío nombrado”, y “los cuadros en los cuales falta la falta”. Milmaniene sitúa en la desestimación de la Ley y de la diferencia que la misma evoca, el articulador central del padecimiento actual signado por la perversión generalizada, y es esta convicción la que lo conduce a situar la contradicción esencial de nuestros tiempos en términos binarios. En tiempos donde la “diversidad” es uno de los nombres del polimorfismo en auge, el autor siente la necesidad de recuperar el eje de la “Verdad necesaria” recuperando la lógica binaria que la perversión generalizada combate. Así, Milmaniene sitúa la contradicción dialéctica esencial de nuestra época sin dispersarse en nominaciones excesivas que podrían diluir lo esencial. Ubica de esta manera dos posicionamientos básicos como formas esenciales de manifestación del malestar actual, que atraviesan como formas epocales de expresión las clásicas estructuras de neurosis-psicosis-perversión. Si en nuestra época la verdad de la diferencia es sustituída por un “pluralismo” degradado que encubre la tiranía pulsional, el autor realza la necesidad de sostener el binarismo que sanciona la salud y la enfermedad, lo prohibido y lo permitido, lo sagrado y lo profano, lo masculino y lo femenino, los padres y el hijo.

La reivindicación de la lógica binaria permite introducirnos en un tema capital abordado en el primer capítulo del libro: la cuatriplicidad. Alli, el autor nos habla de los términos masculino/ femenino/padres/hijo introducidos por Milner como categorías diferenciales absolutas propias del Nombre judío. Milmaniene, retomando la necesidad de sostener la lógica binaria que se opone a la dualidad especular, nos recuerda de este modo que la única manera de propiciar el advenimiento del sujeto es a partir del reconocimiento del binarismo articulado por la diferencia que la terceridad evoca. Así, reconocerá el antijudaísmo como manifestación esencial de los tiempos, debido a que la Ley que sostiene el Nombre y la inscripción de las categorías diferenciales que le son inherentes, constituye el blanco de ataque de las políticas de goce en auge. La diferencia sexual y la generacional tienden a ser abolidas, y, con ellas, el binarismo que estructura los opuestos posibilitadores del universo desiderativo queda a merced del polimorfismo y de los extravíos imaginarios. 
Resulta de particular interés que así como el libro comienza con la denuncia del antijudaísmo posmoderno, culmina con claras referencias al mesianismo cristiano. Es que al autor no se le escapa que las grandes tradiciones universales portadoras de los mesianismos históricos inscriptos en el universo de la cultura, el judaísmo y el cristianismo, constituyen una referencia ineludible al momento de replantear la idea sostenida en La ética del sujeto acerca del carácter de mesianismo secular inherente al discurso y a la práctica del psicoanálisis. Así como sostendrá la necesidad de perseverar en la Ley, posición propia del judaísmo, nos hablará de la suspensión de la Ley característica del mesianismo cristiano, que lejos de negarla, considera a la Ley llegada a su plenitud por el advenimiento del Mesías, y que espera su cumplimiento radical al fin de los tiempos introduciendo la “espera mesiánica” que anula y hace inoperante en cada momento “la vida que efectivamente vivimos, para hacer aparecer en ella la vida por la que vivimos”. En este contexto, la advertencia que nos había hecho en La función paterna (2ª edición) acerca de “la despoetización del psicoanálisis”, alcanza toda su magnitud al pensar el evento poético del lenguaje como posibilidad sublimatoria auspiciada por la suspensión mesiánica de los significados y los intercambios habituales de sentido. La “espera mesiánica”, es un acontecimiento poético que habilita el devenir de los núcleos asemánticos de la palabra, “de modo tal que la lengua gira en vacío, mientras se dasactivan radicalmente los contenidos imaginarios del lenguaje.” Pareciera que para Milmaniene el pensamiento mesiánico constituyera la “ficción simbólica” esencial, que al sostener la nominación poética de la falta a partir del despliegue de la diferencia, precave de los “simulacros imaginarios” que sostienen el empuje al “vacío lleno de goce” que la Cosa presentifica. De esta manera, el mesianismo laico podrá inscribirse a partir de la promoción de un trabajo poético entramado en un decir sostenido en el evento placentero del lenguaje, que constituya un testimonio trascendente de la libidinización de la falta. 
En la consideración de los mesianismos históricos, el judío y el cristiano, el autor vuelve a reivindicar el pensamiento binario. El mesianismo, núcleo sintomático que aborda la diferencia en su dimensión radical, se expresa por dos vías históricas irreductibles entre sí. Ambas necesarias, como diría Rosenzweig, y al mismo tiempo atravesadas por una diferencia ineliminable debido a que allí se expresa la imposibilidad de lo real. Entre la observancia de la Ley propia del judaísmo, y la tensión hacia la destitución narcisista que el cristianismo auspicia, quizás sea posible articular la utopía psicoanalítica que permita sostener el “gesto metafísico”, en palabras de Zizek, para confrontar de manera creativa la “imbecilidad de lo real”. 

Clínica de la diferencia en tiempos de perversión generalizada es un libro que da cuenta de la necesidad perentoria e inexcusable de propiciar un desarrollo teórico y práctico acorde al rigor que los tiempos exigen. La cultura está cuestionada en sus bases fundacionales. El malestar en la cultura ha cedido su paso al cuestionamiento radical de la misma. Como bien nos recuerda el autor, la Ley no es producto de la cultura sino que constituye su fundamento. La prohibición del incesto y del parricidio, con la consecuente promoción de la interdicción del apego a lo Mismo y el auspicio de la libidinización de la diferencia, se erigen de este modo en pilares de la misma cultura así como de su malestar inherente. Por eso mismo, el ataque a las bases constitutivas de la Ley supone la degradación de la cultura, y con ella, la devaluación de las coordenadas esenciales del sujeto. El tiempo del sujeto del que nos hablara Milmaniene, queda de este modo colapsado por la pretendida inmortalidad del narcisismo que reniega de la finitud y de la trascendencia. El lugar del sujeto, entramado por la libidinización del vacío que se constituye en morada de la falta en ser, es sustituido por fuertes anclajes imaginarios de dimensión mortífera. Mientras que La ética del sujeto, queda obturada por el apego extremo a la mismidad que reniega de la diferencia. Los pactos perversos de los que Milmaniene nos hablara en Extrañas parejas, han perdido su rasgo esencial de ser secretos y esquivos a la mirada social para pasar a la demanda activa de reconocimiento. No para lograr la sanción simbólica en sí, lo cual entraría en contradicción con su propia estructura, sino para quitarle al orden sociosimbólico la potencialidad de legitimar la diferencia. En tiempos de perversión generalizada, se busca degradar la terceridad simbólica articulada en el ordenamiento sociojurídico al lugar del testigo que reafirme con su complacencia o su impotencia la consagración gozoza de la consistencia imaginaria. No basta ya con el “contrato secreto”. El auge militante, orgulloso y exhibicionista de los goces compactos, impulsa al plano público la transgresividad al nivel de la norma para quitarle a la legalidad toda eficacia simbólica auténtica. 

El nuevo libro de José Milmaniene nos propone el desafío de evitar caer en la trampa posmoderna de “abrir preguntas” que cuestionan la ética de lo simbólico en sus mismas bases constitutivas, para avanzar hacia la utopía de decir poéticamente las incógnitas esenciales que suponen la “Verdad necesaria”. Asertivo y poético al mismo tiempo, nos descubre que la suspensión de los efectos imaginarios y mortificantes del lenguaje requiere a su vez de posiciones firmes que en su mismo acto de afirmación permitan evocar con renovado placer y “dolor de existir” los inevitables núcleos indecibles de la condición humana. Transmisión y saber se anudan de modo fructífero, en un libro que no recurre a las conceptualizaciones esquemáticas ni al academicismo de los saberes construidos. Asimismo, no será a partir del recurso a la matematización desubjetivante del discurso que Milmaniene buscará despejar los núcleos imaginarios de sentido. Clínica de la diferencia… apela al sujeto, lo convoca a un ejercicio poético-narrativo portador de un plus de saber que se ofrece generosamente a quien se deja perder en su rica y polisémica trama intertextual. Su texto es en sí mismo una poesía, un acabado ejemplo sublimatorio de cómo puede el universo discursivo evocar las imprescindibles convicciones en un contexto elaborativo que recorre los temas eternos haciendo del acto de lectura un acontecimiento analítico en sí mismo. Milmaniene nos recuerda que la voz del Shofar supone el sin sentido radical y agónico del Padre a partir del cual la Ley se inscribe. Dejémonos tocar por la voz que recorre el texto, que en su sonoridad poética inclaudicable nos devuelve las convicciones esenciales de las “ficciones simbólicas” que una y otra vez hieren auspiciosamente nuestra existencia para recordarnos que estamos vivos y necesitados de escribir con poesía el imperecedero afán de trascendencia que nos anima.

(Fuente: Letra Viva)


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